Bienestar

Qué trampas te pones a la hora de amar


Llego la primavera. Nueva estación. Nueva posibilidad. Etapa del florecimiento y de las alergias también, lo sé. Árboles empapados de colores, nuevos aromas en la brisa matutina, calor en las calles, atuendos frescos, suaves, ligeros.
Cada vez que pensamos en primavera, relacionamos nuestros pensamientos con momentos agradables, risas, cosas bellas; yo recuerdo aún los picnic que hacíamos con motivo de su llegada que coincidía con el día del estudiante; pero en fin, el aumento de temperatura climática ha sido asociado con la interna y parece ser que en primavera nos enamoramos más. Pero es cierto también que muchas veces frente a ese mandato, aparecen trampas mentales.
Están las que nunca se enamoran, las que se quejan de todo y todos, las que buscan amores imposibles; las que se cansan de amar siempre al mismo; las dependientes, las autosuficientes, las que viven comparándose con la madre del “quetejedi” e intentan superarlas o las que encuentran a los hombres que carecen de compromiso para que les hagan el juego más simple.
Estas trampas no hacen más que establecer límites de defensas; es decir, las ponemos para sentirnos protegidas, y seguras; pero no observamos la ambigüedad de ellas mismas, pues nos protegen de otros, pero no de nosotras mismas. Trazamos trampas para caer en ellas. ¿Cómo?
Por el afán de no ser lastimadas en nuestro orgulloso, violentadas en nuestra dignidad, traicionadas en la confianza, muchas mujeres huyen de lo mismo que buscan: el amor.
Y con el transcurso de los años, se vuelven expertas evasoras en el arte de amar. Pero ¿se sienten realmente completas? Algunas dirán que sí en forma categórica, y otras intentaran hacerlo; pero la mayoría responderá que NO, que tanto “sálvese quien pueda” no las salva del inmenso y profundo vacío que sienten en la intimidad de sus hogares.
Es que andar poniéndonos obstáculos para “protegernos” de un eventual episodio sólo nos aísla y enferma emocionalmente. Vivimos reprimiendo el deseo de ser amadas, y lo sublimamos con la típica dosis del “exceso de trabajo”.
La mejor forma de cuidarnos no es estableciendo un sistema de seguridad montado con el fin de no enamorarnos o no amar; sino por el contrario, conocernos a fondo para saber que queremos, hacia donde queremos ir, y luego; ir por ello.
La satisfacción personal no es la ausencia de cicatrices, sino la suma de experiencias que enriquecen nuestro ser.

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