La bolsa de una mujer es una fiel compañía, infaltable a cualquier hora del día. Dicen por ahí que el exterior de cada bolsa dice mucho de su dueña, pero el interior, según el sociólogo Jean-Claude Kauffman, habla de una doble vida, de lo que no queremos que otros sepan.
Cuando te asomas a la bolsa de una mujer puedes inferir muchas cosas. Si está perfectamente ordenada te puedes imaginar que ella es una persona disciplinada y organizada. Sin embargo, el que esté revuelta y parezca bazar no necesariamente significa que una tenga la vida igual de enmarañada.
Y es que a veces nuestra amiga fiel nos sabotea, escondiéndonos las llaves o el teléfono que no para de sonar a mitad de una junta de trabajo. Pero en otras ocasiones se convierte en nuestra aliada y protectora. Con ella bajo el brazo nos sentimos seguras, firmes, listas para encarar al mundo.
Para nosotras, la bolsa es más que un accesorio, es una necesidad, pues desde los tiempos de las cavernas, las mujeres que recolectaban frutos requerían una especia de bolsa primitiva para cargarlos. Y eso no ha cambiado. Ahora no recolectamos frutos, sino una gama de objetos (necesarios o no) que nos hacen sentir seguras. Todo lo que “podríamos” llegar a necesitar, hasta en las situaciones más inverosímiles, está ahí.
Es, en corto, la más fiel representación de nuestro interior, de nuestra identidad y nuestro corazón. Es un mundo que está dentro de cada una de nosotras, el cual llenamos de talentos y de afecto. Es en ella donde cargamos con todo el amor que tenemos para dar.
Escrito por: Nahiely Aquino
