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Oficina

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Autora: Evangelina Jiménez

La sombra de las oficinas y el sonido de la copiadora me recuerda a mis primeros días laborales, cuando recién empecé a trabajar, por ahí de los veinte años, la monotonía y el movimiento de las oficinas me aterraba, sentía que eran grandes monstruos y que si me descuidaba me soltaban una mordida que me arrancaría el brazo. El brío de la juventud me permitió vencer al monstruo que hoy me ayuda a seguir cavando el hoyo profundo de la experiencia.

Definitivamente amo el ambiente que existe en las oficinas, sobre todo cuando las personas no le tienen miedo a pláticas sin importancia y a la sonrisa que acompaña un “buenos días”, las clásicas bromas a la persona que acaba de integrarse a la corporación, “el nuevo” que termina haciendo lo que nadie quiere hacer porque es el nuevo y no sabe el movimiento del monstruo oficinista aún.

El cigarrito de medio día, los chismes de “radio pasillo”, el café mañanero, las comidas de los viernes con sabor a whisky, los días de “mercadito” o los catálogos de Avon. Las sobremesas que giran en torno a banalidades. Entre solicitudes de papelería, facturas y pago de viáticos se esconden personas amables y dedicadas. Personas que cargan bolsas de problemas de los que no tenemos idea y aún así tienen un buen comentario para alegrarle el día a otro.

Personas que se levantan todos los días y llegan a la oficina a brindarnos lo mejor de ellos, no todos, pero la mayoría. Sin importar que tal vez no tengan para pagar la tarjeta de crédito o que están a punto de divorciarse o que tuvieron una pelea fuerte con alguien. Cuando te sientas en tu lugar de trabajo nada importa más que el fax que urge, el contrato que no has redactado, la llamada que no has enlazado o simplemente el mail que te da pereza redactar.

Y al final, no importa nada porque pase lo que pase afuera de tu cerebro, por un momento largo le perteneces solo a la computadora y es entonces cuando tu trabajo te permite viajar a otro lugar y entre hojas, sobres, envíos, correos electrónicos, llamadas laborales y las solicitudes de tu jefe olvidas lo que no quieres recordar, recuerdas lo que deseas volver a vivir y anhelas la hora de salida para poder contar lo vivido en el día a tu alma gemela, comunicación que al final le da sentido al día.

Hoy, la oficina es un segundo hogar para mí, veo más a mis compañeros de trabajo que a mi familia, a mi pareja y a mis amigos, razón por la que precisamente es importante llevar un buen ambiente laboral con todos. Hagamos las tardes más amenas, dejemos pasar las malas caras de la persona que nos las hace, porque no sabemos que tan mal ha estado su día o si su hijo está enfermo o si su mamá murió.

Dejemos de protestar por las largas jornadas de trabajo y empecemos a verle el lado bueno. De inicio porque nos es redituable y porque gracias a él hoy pudimos sobrevivir en éste inmenso mundo lleno de precios que cubrir y de abetos de consumo. Todo cuesta y nuestra chamba nos permite pagar el precio. Y tal vez, si eres afortunado y el destino te sonríe, dentro de la oficina, puedes encontrar el amor. La que les escribe es vivo ejemplo de eso. Gracias José Luis.

El valor es para lo que somos que nos permite desempeñar el trabajo que tenemos, éste a su vez nos permite tener aquello que no se compra en ningún lado: Tranquilidad. Y el precio, por su parte, es para lo que se puede comprar.

Seamos comprensivos con los demás, amenicemos el ambiente simplemente no haciéndolo pesado porque ya son suficientes los problemas personales y laborales que venimos cargando como para que encima tengamos una persona fastidiosa y amargada al lado todo el día ¿no creen? Y como bien diría mi mentor “No hoy mejor trabajo que el que se tiene”.

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